¿Quién no ha leído en la vida de algunos santos los continuos servicios que les prestaba el Ángel de la guarda? A San Raimundo de Peñafort lo despertaba para la oración; a la Beata Francisca de los Cinco Llagas, con ocasión de tener una mano enferma, le partía el pan en la mesa; a Sta. Rosa de Lima le servía de recadero y, estando enferma, le preparó una buena taza de chocolate; a la Beata Crescencia de Hos le encendía el fuego y cuidaba las ollas para que pudiera permanecer más tiempo en oración; a San Isidro Labrador le araba los campos, cuando éste iba a asistir a la Misa...
Por todas partes estamos rodeados de ángeles. Hay ángeles custodios de las naciones, como el que se apareció a los tres partorcitos. Hay ángeles que cuidan las Iglesias, las diócesis, los pueblos... Cuando se celebra la Misa hay muchos que están presentes y lo mismo adorando continuamente al Santísimo Sacramento. San Juan Crisóstomo vio repetidas veces la Iglesia llena de ángeles durante la misa. San Bernardo recordaba a su monjes que el Oficio divino se recita en presencia de Dios y sus Ángeles... Santa Margarita María de Alacoque tenía la gracia de ver frecuentemente a su ángel y dice que no le soportaba ni la más pequeña falta de modestia o de respeto delante del Santísimo Sacramento y que siempre lo veía postrado en el suelo y deseaba que ella hiciera lo mismo.
El P. Germán de San Estanislao, director espiritual de Santa Gema Galgani, dice que muchas veces estando conversando con ella, le preguntaba si su ángel estaba a su lado y ella lo miraba y quedaba extasiada, mientras lo contemplaba. Por la noche, al echarse a la cama le pedía su bendición y que la cuidase durante la noche y al despertarse lo encontraba de nuevo allí junto a ella. A veces le daba encargos para el Señor, para la Virgen o sus Santos protectores, entregándole cartas cerradas y selladas y efectivamente le traía la contestación. Con frecuencia hasta el echaba las cartas al correo, que le llevaba o traía bajo la forma de pajarillo. En una ocasión le escribió: “Después de comer me sentí mal; entonces el ángel me trajo una taza de café, al que echó unas gotas de un líquido blanco. Estaba tan rico, que me sentí curada. Después me hizo descansar un rato y me abrazó y me besó varias veces. Me ayudó a levantarme y acariciándome me dijo: Jesús te ama mucho, ámale tú también”.
En la autobiografía de San Juan Bosco nos cuenta el caso curioso del perro Gris: “Una tarde oscura algo tarde volvía solo a casa, no sin algo de miedo, cuando veo junto a mí un gran perro, que, a primera vista, me espantó; pero, al no amenazarme con actos de hostilidad, sino haciéndome mohines como si yo fuera su dueño, nos pusimos pronto en buenas relaciones y me acompañó hasta el Oratorio. El mismo hecho se repitió otras muchas veces, de modo que puedo decir que el Gris me ha prestado importantes servicios... Nunca me fue dado conocer su dueño. Yo sólo sé que aquel animal fue para mí una verdadera providencia en los muchos peligros que encontré”. Hasta aquí las palabras de San Juan Bosco. Este perro se le apareció por espacio de 30 años y nunca lo vio comer, tenía pelo gris y medía un metro de altura con la figura de un lobo... Muchos autores han entendido que se trataría de su ángel custodio, a quien tenía una gran devoción.
San Francisco Javier, para la evangelización de los países del Extremo Oriente, puso su confianza en Jesús, la Virgen y los nueve coros angélicos, especialmente en San Miguel y afirmaba: “No espero poco del arcángel San Miguel a cuyo cuidado he encomendado este gran reino del Japón. Cada día me encomiendo a todos los ángeles custodios de los japoneses”. Del Santo Cura de Ars se cuenta que al divisar por primera vez el pueblo al que iba a ser destinado se arrodilló y se encomendó al ángel custodio de la parroquia.
Otra santa bendecida abundantemente con la visión de su ángel custodio fue la sierva de Dios Sor Mónica de Jesús. Con frecuencia le llevaba la comunión, cuando estaba enferma, y le daba pláticas espirituales. En carta del 8 de Mayo de 1918 a su Director el P. Cantera le decía: “En mi día, muy temprano, vino primero el “hermano mayor” (su ángel) y al poquito rato vino Jesús. ¿Y sabe lo que le hizo el hermano mayor? Siempre, cuando viene Jesús, se postra un poquito retirado, pues en mi día no hizo eso.
Me tomó de la mano y me presentó a Jesús. Después vino la Madre de Jesús e hizo lo mismo. Después vino nuestra Madre Santa Mónica y me presentó también... Cuando se fue Jesús y su Madre, se quedó el hermano mayor dándome noticias. Me dijo que se habían confesado cinco almas, que hacía tiempo se lo estaba pidiendo, y que me lo hacía de regalo”.
Y ahora un caso real que nos puede pasar a cualquiera de nosotros. Lo cuenta Giovanni Siena en su libro: “Padre Pío, ésta es la hora de los ángeles. Se trata de Atilio de Sanctis, abogado, hombre ejemplar y buen cristiano, de la provincia de Pésaro en Italia. El 23 de Diciembre de 1949 debía ir de Fano a Bolonia en su Fiat 1100 con su mujer y dos hijos (Guido y Juan Luis) para recoger a su hijo Luciano, que estaba estudiando en el colegio “Pascoli” de Bolonia. Hicieron el viaje sin contratiempos y al regresar ocurrió el suceso. “Eran las dos de la tarde y, después de haber cedido el volante a Guido, quise probar a manejar de nuevo. Noté cierto cansancio y pesadez de cabeza. Quise después de un rato ceder de nuevo el volante a Guido, pero éste estaba durmiendo. Recuerdo que hice poco después alguna que otra reverencia y nada más sé lo que sucedió. A un cierto momento recobré el conocimiento, despertando bruscamente por el rumos ensordecedor del auto, como si hubiese apretado el acelerador, miré adelante y sólo faltaban dos kilómetros para Imola. Fuera de mí por la consternación, pregunté: ¿Quién ha conducido el auto? ¿Qué ha pasado? Ellos me respondieron: ¿A qué viene esa pregunta? Les expliqué lo sucedido. Había recorrido unos 27 kilómetros totalmente dormido y, como prueba, les dije que me sentía bien, libre del peso del sueño. Ellos reconocieron que había estado inmóvil un largo rato y que no había respondido a sus preguntas ni intervenido en la conversación. A veces, dijeron, parecía que el auto iba a chocar con algún otro, pero había girado hábilmente. Había cruzado muchos camiones entre los cuales el conocido comisionista Renzi... Totalmente conmocionado por este suceso, que le podía haber costado la vida a mi familia fui a San Giovanni Rotondo el 20 de Febrero y le conté al P. Pío (ahora San Pío de Pietrelcina) lo que me había pasado y él me contestó, después de haber estado un poco absorto: “Tú dormías, pero tu ángel custodio guiaba el auto”. Después apoyando su mano en mis hombros, añadió: “Sí, tú dormías y tu ángel custodio velaba por ti y guiaba el auto”.
¿De cuántos peligros del alma y del cuerpo nos habrá librado nuestro ángel? ¿Se lo hemos agradecido alguna vez? No olvidemos que así como existen los ángeles existen los demonios, que tratan de destruirnos física y espiritualmente. Por eso es muy importante rezar todos los días la oración de San Miguel, usar el agua bendita, tener imágenes religiosas bendecidas en nuestro hogar y hacer mucha oración. La beata Ana Catalina tenía el gran don de la hierognosis (conocimiento de lo sagrado). Distinguía perfectamente la hostia consagrada de la que no lo estaba, las reliquias auténticas de las que no lo eran, las imágenes benditas de las que no lo estaban. Ella dice: “Es tan grande la virtud de la bendición sacerdotal que penetra y consuela hasta en el purgatorio. Cuando era niña yo percibía como rayos los efectos de la bendición sacerdotal. Veía cómo el sonido de las campanas benditas ahuyentaban a los demonios. Cuando algún sacerdote pasaba cerca de mi casa, corría a su encuentro y le pedía una bendición. Si me encontraba apacentando las vacas, las dejaba al cuidado del ángel de mi guarda y acudía a recibir la bendición”.
Tomado del libro: Comunión de los santos, del P. Ángel Peña

No hay comentarios:
Publicar un comentario