Escribió: “Recuerdo que, siendo niño de corta edad se me introdujo en el ojo derecho una astilla de madera. La herida que recibí fue tal que al cabo de poco tiempo no podía ver en absoluto. Los médicos diagnosticaron la mayor gravedad y dijeron que el ojo derecho estaba perdido irremisiblemente. Pero mi madre llena de confianza en la Santísima Virgen me llevó a una de sus iglesias en donde permanecimos toda la noche. Pues bien, a la mañana siguiente mi ojo estaba completamente curado y no había señal alguna de la herida”.
Tomado del libro: Comunión de los santos, del P. Ángel Peña

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