Todos estamos llamados a la santidad. Por tanto, todos podemos y debemos ser santos. Desde toda la eternidad Dios nos ha llamado a ser santos e inmaculados ante Él por el amor (Ef 1). Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Por qué hay tanta diferencia entre unos santos y otros? En primer lugar, Dios no hace dos personas iguales o repetidas. Cada santo tiene una individualidad particular y manifiesta en su vida de modo sobresaliente una característica de la vida de Jesús: su pureza, pobreza, obediencia, amor a María, su oración, penitencia, lucha contra el Maligno, su trabajo, vida oculta, etc.
Ahora bien, ¿por qué Dios hace diferencias y a unos llama a grandes grados de santidad y a otros no tanto? A esto responde Sta. Teresita: “Jesús se dignó ilustrarme acerca de este misterio. Puso ante mi vista el libro de la naturaleza y vi que todas las flores por Él creadas eran hermosas; que el esplendor de la rosa y la blancura de la azucena no menguan en nada a la sencillez hechizadora de la margarita. Comprendí que si todas las florecitas quisieran ser rosas, perdería la naturaleza su galanura primaveral y ya no estarían los campos esmaltados de florecitas. Lo mismo ocurre en el jardín animado del Señor, en el mundo de las almas, pues a semejanza de las rosas y azucenas, le pareció bien crear los grandes santos; mas también creó otros más pequeños que se contentarán con ser humildes margaritas o sencillas violetas. Comprendí otra cosa... y es que el amor de Ntro. Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que en la más sublime. Si todas las almas se asemejasen a las de los santos Doctores parece que Dios no descendería bastante llegándose a ellas. Pero ha creado también al niño desvalido, que no sabe más que gemir débilmente; ha creado al pobre salvaje y hasta estos corazones se digna bajar también”.
Personalmente, creo que hay también otra razón en la que he pensado muchas veces. Quizás se deba en parte a la oración de sus antepasados, aunque esto entre dentro de los misterios inescrutables de Dios. ¿Qué sabemos nosotros de los misterios de Dios y del poder eficacísimo de la oración, sobre todo, si se repite de generación en generación? Los padres de Sta. Teresita pedían a Dios insistentemente un santo misionero y, aunque sus dos hijos hombres murieron, ¿no se lo concedió Dios abundantemente en la misma Sta. Teresita, Patrona de las Misiones? La oración nunca queda vacía y la oración de los padres o antepasados por sus hijos nunca deja de ser oída, aunque sea de otra manera, según el plan de Dios.
Por todo esto, es muy recomendable que los padres oren por sus hijos desde que están en el vientre de la madre. Que reciban con mucho amor incluso a sus hijos anormales. Que invoquen y se reconcilien con sus hijos abortados, con sus familiares difuntos a quienes hayan ofendido. Es muy importante que nos sintamos obligados a orar por nuestros familiares difuntos, que pueden estar todavía en el Purgatorio. Tenemos con ellos una obligación de justicia. Y no olvidemos, como dice el libro segundo de los Macabeos (cap. 12) que “es un pensamiento santo y piadoso orar por los difuntos para que sean liberados del pecado”.
Oremos para que Dios nos conceda la gracia de cumplir fiel y plenamente la misión que nos ha encomendado. Oremos por todos los hombres del mundo, sintiéndonos solidarios con todos los hombres. Oremos por todos nuestros hijos espirituales, aquellos que de un modo especial nos ha encomendado y ha puesto en el camino de nuestra vida. Oremos siempre por la Iglesia, por todos nuestros familiares, amigos y conocidos. Oremos por todos los pecadores, que se han apartado del plan de Dios, sin olvidarnos de los más pobres, enfermos, ancianos y necesitados en el cuerpo y en el alma. Normalmente, como humanos que somos, vemos más las apariencias: el dinero, la belleza, la juventud, la salud, las cosas materiales, pero Dios mira el corazón. Y todos tienen un alma que hay que salvar. ¡Qué decepción recibiríamos, si viéremos el alma de las personas! Cuántos, que son alabados humanamente por el mundo
entero, aparecerían ante nosotros horriblemente feos espiritualmente y cuántos, que son despreciados, aparecerían bellos y puros ante Dios.
¿A cuántos hemos ayudado a salvarse e ir al cielo? Con frecuencia, he pensado que muchas personas que se han condenado eternamente se podrían haber salvado, si las personas a quienes fueron encomendadas hubieran sido más fieles y hubieran cumplido bien su misión. Ellas, por supuesto, se han condenado por su propia culpa y con justicia; pero cuántas gracias extraordinarias hubieran podido recibir si sus padres, tutores, hubieran orado más y les hubieran dado mejor ejemplo. Son misterios de Dios incomprensibles para nosotros, pero que debemos tomar en cuenta para no fallarle a Dios y salvarnos con todos los que nos ha encomendado, aspirando a la Santidad.
Tomado del libro: Comunión de los Santos, del P. Ángel Peña
No hay comentarios:
Publicar un comentario