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¨Camino¨

martes, 7 de abril de 2015

La oración


Decía Sta. Teresita del Niño Jesús: “Cuán grande es el poder de la oración. Diríase que es una Reina que tiene siempre libre entrada en el palacio del Rey, pudiendo obtener todo lo que le pide... Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada al cielo; es un grito de agradecimiento y de amor que elevamos al cielo, lo mismo en medio de la tribulación que en el seno de la alegría. En fin, es algo elevado y sobrenatural, que dilata el alma y la une a Dios”. Ella misma nos dice que cuando no podía rezar, recitaba muy despacio el Padrenuestro y el Avemaría y sentía que alimentaba espiritualmente su alma. Y ¿qué podemos decir del Rosario meditando en los misterios de la vida de Jesús y de María, que tantas veces nos recomienda María, nuestra Madre? ¿Y del rezo del Oficio Divino, la oración pública de la Iglesia? Pero por encima de todas las oraciones, está la santa Misa, la oración misma de Jesús. Porque es Jesús quien sigue ofreciéndose al Padre por la salvación del mundo como lo hizo en la cruz. Y nosotros debemos vivir la Misa y hacer de nuestra vida una misa continua, viviendo nuestra propia misa. ¿Cómo? Ofreciéndonos en cada
momento y ofreciendo todo lo que somos, hacemos o tenemos con Jesús por la salvación del mundo. Es importante hacerlo todo en unión con la Sangre de Jesús, en el Nombre de Jesús, en unión con cada misa que se celebra en el mundo o asistiendo a cada sagrario del mundo y adorar a Jesús Eucaristía en unión con los ángeles y los santos que lo acompañan.

¡Cuántas veces he pensado en el valor de la Eucaristía! En tan pocos minutos, una Misa bien celebrada tiene un valor infinito que hay que aplicar por la salvación actual del mundo. Pero qué importante es celebrarla bien y asistir con amor y devoción para recibir a Jesús mismo en la Comunión. ¡Cuánto vale también el sacramento de la confesión para quedar limpios de nuestros pecados! Por eso, alabemos a Jesús por los sacramentos que nos dejó en su Iglesia. Démosle gracias por su Iglesia Católica con el Papa, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos. Todos debemos sentirnos orgullosos de pertenecer a esta Iglesia de Jesús y todos debemos sentirnos Iglesia.

Si hubiéramos nacido siglos antes de Cristo o en otros países no cristianos, no habríamos podido disfrutar del conocimiento ni del amor de Cristo ni de tantas bendiciones que nos ha dejado en su Iglesia. Igualmente el hecho de haber nacido en países cristianos con muchos santos, es una fuente de bendición para nosotros, ya que su intercesión nos ayuda enormemente. Las tumbas de los santos son lugares de luz y de bendición para nosotros, y su recuerdo estimula a sus devotos. ¡Cuánto vale también el tener objetos e imágenes bendecidas en nuestras casas! ¡Qué poder encierra la bendición del sacerdote! Con frecuencia, cuando voy a algún lugar, pido a Jesús que lo cubra de su Sangre y lo proteja de todo poder del Maligno y sé que mi oración es escuchada. La casa de mis padres la bendije muchísimas veces. ¡Cuántas bendiciones habrán recibido, sin saberlo, los que la compraron! Y, al revés, podríamos decir lo mismo. ¡Cuánta influencia negativa habrán recibido los que viven en lugares donde se ha practicado el espiritismo, brujería, satanismo, etc.

¡Qué importante es la oración! ¡Qué importante el orar unos por otros! ¡Cuántas bendiciones habremos recibido de personas desconocidas que han orado por nosotros, o cuyas oraciones Dios nos las ha aplicado para nuestro bien! Al respecto, decía Sta. Teresita: “Cuántas veces he pensado que muchas de las gracias extraordinarias con las que Dios me ha colmado se las debo a algún alma humilde a la que sólo conoceré en el cielo”.

Una de las principales maneras de orar es la consagración, consagrarle u ofrecerle a Dios lo que somos y tenemos, empezando por nosotros mismos. Podemos consagrarnos a la Trinidad, al Padre, Hijo y Espíritu Santo en particular, a María nuestra Madre, a San José y a cada uno de los santos y ángeles de nuestra especial devoción para que ellos tomen un cuidado y protección especial de nosotros. También podemos consagrar a Dios los objetos que poseemos, nuestros familiares, nuestra vida, nuestras cualidades, etc. Es muy importante que los padres consagren a Dios su matrimonio y sus hijos por medio de María, incluso los niños abortados para sentirlos miembros vivos de la propia familia.

Hagamos de nuestra vida una continua oración. La oración es la fuerza de la vida, porque es hacer presente a Dios que nos ayuda en nuestro caminar. San Agustín decía que “la oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”.

Por esto yo he tomado la costumbre de pedir oraciones a todos los que puedo, a muchos conventos de religiosas de clausura, a mis familiares, a mis feligreses, a las personas a quienes doy limosna o hago un favor y a todos mis amigos y conocidos. ¿Cuántas gracias habré recibido a través de la pequeña oración silenciosa de tantas personas a lo largo del mundo? Dios lo sabe. Tú, hazte niño para acercarte mejor a Dios.

Tomado del libro: Comunión de los Santos, de Ángel Peña

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