En el Antiguo Testamento se emplea 15 veces la palabra Padre para designar a Dios, mientras que en los Evangelios se usa 170 veces. Cuando la palabra Padre se usa en el Antiguo Testamento, se refiere más a una paternidad general. Dios es Padre de Israel en su conjunto. Y, cuando se usa esta palabra Padre, suele venir acompañada de otras como Señor, Altísimo, Eterno, que confirman la distancia existente entre Dios y el hombre; una distancia infranqueable. De modo que, incluso hoy, el judío practicante, como en tiempos antiguos, no se atreve a escribir o pronunciar el nombre de Dios y recurre a perífrasis para designarlo.
Jesús, al venir al mundo, nos trajo una revelación maravillosa: llamar a su Padre celestial con la palabra cariñosa de papá. ¿Quién se hubiera atrevido a llamar a Dios con este nombre, que los niños hebreos daban a su papá? Nadie, porque ni siquiera se podía pronunciar el nombre de Dios (Yahvé) para evitar así faltarle al respeto. Pero Jesús nos dijo que el Padre del cielo era un papá que quería amor y cariño de sus hijos y no miedo o temor. Por eso, nos enseñó a llamarlo papá, (abbá en arameo, que era la lengua que hablaba Jesús).
Para muchos teólogos, usar esta palabra abbá es algo insólito y marca una nueva manera de dirigirnos a Dios. Hubiera sido más normal haber empleado abi (padre mío) o abinu (padre nuestro). Pero Jesús quiere decirnos que el Padre quiere amor y confianza.
Por eso, en otros pasajes en los que Jesús dice Padre, podía haber dicho papá y, si no lo hizo, fue para no escandalizar a los oyentes con esta manera sencilla de tratar a Dios. Pero nosotros podemos entender la intención de Jesús.
Abbá es un diminutivo de la palabra padre, que expresa mucha confianza. Y esto es algo único no solo en la historia del judaísmo sino también en la historia de todas las religiones. Esta era una novedad tan grande que el mismo san Marcos, al hablar de la Pasión, pone esta palabra aramea en boca de Jesús en lugar de traducirla al griego en que escribe, para aclarar bien que se trata de un diminutivo cariñoso de Padre, es decir, papá o papito. Dice Jesús en sus momentos más difíciles de Getsemaní: Abbá, Papá, todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya (Mc 14,36).
San Pablo, siguiendo esta tradición, que viene de Jesús, también en alguna oportunidad renuncia a la traducción griega de Padre y pone la palabra original de Jesús. Dice: Ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios: Abbá, es decir, Papá (Rom 8,15-17). Por ser hijos envió Dios a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que grita: Abbá, Papá (Gal 4,4-7).
Ciertamente que tener un Dios Papá nos cambia la vida y la perspectiva de cómo es Dios. Dios no es un ser todopoderoso tan alto y elevado, tan distante y frío, que exige respeto y temor a toda costa. Dios es un Padre amoroso que está cercano, tan cercano que ha querido hacer su morada dentro de nuestro corazón humano, es decir, de nuestra alma. Así lo dice Jesús: Si alguno me ama, mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en Él (Jn 14,23).
Tomado del libro: Experiencias de Dios, del P. Ángel Peña
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