Fue tristemente célebre por sus maldades. Cuando iba a ser ahorcado, mandó llamar a un sacerdote y le dijo: “Padre, mi vida entera ha sido un tejido de iniquidades. Pero cuando era niño mi santa madre me llevaba todos los días a la Capilla del Rosario de Santo Domingo de Oviedo (España) y allí, de rodillas, rezábamos juntos el rosario y desde entonces jamás he dejado un solo día de rezarlo, como se lo prometí a mi madre”. María le obtuvo en el último momento la conversión. Ella nunca se deja ganar en generosidad.
Tomado del libro: Comunión de los santos, del P. Ángel Peña
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