Después del desposorio viene la noche del espíritu. En esta noche, el alma ya no queda vacía solamente del apego sensible a las criaturas, sino que queda vaciada de todo lo que no sea Dios en las potencias interiores del alma. En esos momentos de oscuridad, el alma se siente como en un desierto. ¡Pobre alma! Llora de tristeza, como si estuviera perdida en un lago tenebroso donde no puede ni pronunciar el nombre de Jesús. El demonio la ataca, a veces visiblemente con figuras horrendas y con terribles tentaciones. Parece abandonada de la misericordia de Dios y grita desde el fondo de su ser: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza (Sal 21, 1).
Dice san Juan de la Cruz que el alma padece del entendimiento grandes tinieblas; acerca de la voluntad, grandes sequedades y aprietos; y en la memoria, grave noticia de sus miserias…, no hallando alivio en nada. No se puede encarecer lo que el alma padece en este tiempo, es a saber, muy poco menos que un purgatorio (33).
Todo es tinieblas alrededor, es como un túnel largo y oscuro, pero lo que más le hace sufrir y llegar hasta el borde de la desesperación es creer que se va a condenar, porque ha sido infiel a las gracias recibidas de Dios y, por eso, Dios la ha abandonado para siempre. Ella lo llama y lo invoca con lágrimas y suspiros. Pero nadie contesta. No puede orar y se cree abandonada de Dios por sus pecados. Esto es un verdadero purgatorio, es como un martirio para el alma. Al mismo tiempo, le vienen graves enfermedades que la hacen incapaz de buscar con fe y amor a su esposo. Se siente impotente y prueba en lo más hondo la profunda debilidad y nulidad de su ser humano. Son horas y días tremendos en los que el cuerpo queda destrozado y el alma queda a oscuras y vacía. ¡Oh si conociésemos bien el valor santificador y purificador de esta noche espiritual! ¡Si todas las almas conocieran el misterio del dolor que es necesario para llegar a la intimidad con Dios! Pero qué triste que haya almas que, después de haber llegado a estas purificaciones, no pasan adelante por miedo o por falta de una guía segura o de un buen director espiritual. Se asustan y se echan atrás, resignándose a no ser santas y a no llegar al matrimonio prometido por considerarse indignas ¡Cuánto sufre Jesús con este desplante! ¡Cuánto daño para la Iglesia y para el mundo! La beata Dina Bélanger (1897-1929) nos dice: A partir de julio cayeron sobre mi alma las tinieblas más oscuras. Jesús dormía y no sólo eso, sino que parecía que me rechazaba descontento de mi proceder. Me veía descender al infierno; ¿acaso no era éste el lugar que merecía? Mis obras me parecían imperfectas, pobres, sin valor alguno. Pero mi confianza y abandono crecían en proporción directa con la oscuridad en que me encontraba. ¡Qué gracias me concedía el Señor!
Con frecuencia, le decía: Parece que me rechazas y, precisamente por eso, me escondo todavía más en tu Corazón. Me veo descender al infierno; como Tú quieras Jesús, pero caminemos juntos, porque no podemos separarnos, estando anonadada ante Ti. Allá en el fondo del abismo te amaré, esposo mío. Entonces, ya no será más infierno, porque allí no se puede amar (34). Los ataques del demonio eran violentos. Ayer por la noche sentí su presencia a mi lado, a la izquierda, tan realmente como hubiese podido ver la presencia de un ser visible. Al mismo tiempo, sentía su tentación infernal; estaba furibundo y multiplicaba sus acciones diabólicas. Los asaltos eran astutos y fuertes. No tenía miedo escondida en mi celestial retiro, en el Corazón de mi Dios, orando con fervor y confianza. Muchas veces, durante la noche, el ángel de las tinieblas quiso sorprenderme y no es necesario añadir que redoblaba sus sugestiones para impedir mi comunión de la mañana siguiente. El Señor me ha protegido y guardado.
En medio de estas tentaciones infernales y humillantes y de mis reiterados actos de obediencia ciega, sentí un hambre indecible de la Eucaristía. A las cuatro y media de la madrugada, hubiera ido a la capilla, robando la sagrada hostia si hubiera sido posible. ¡Qué felicidad la mía al comulgar! No por la alegría sensible, sino por el amor consumado en Él (35).
El Corazón eucarístico de Jesús me atrae cada vez más en la hostia. Incluso, cuando paso cerca de la capilla, siento una fuerza irresistible que me invita. Junto al sagrario, experimento un gozo que no sé definir. Cuando el Santísimo Sacramento está expuesto, me siento invadida y como paralizada por este amable Corazón eucarístico. Cuando dejo la capilla, es como arrancarme. Pero no dejo de estar con Él. Todo esto pasa en el Corazón de la Trinidad, inmensamente lejos de la tierra. Jesús quiere que goce con la Eucaristía y sufra a la vez nostalgia, cuando me alejo de ella (36). En los momentos difíciles el alma debe seguir confiando. Nunca desconfiar del amor de Dios, de su perdón y de su poder para sacarla de las tinieblas. Dios la mira con amor en su lucha interior y la anima por dentro a seguir caminando por el túnel. No debe dejarse llevar de las opiniones de las criaturas que la consideran “rara o loca” por su deseo de buscar la soledad y oración. Hay que seguir, seguir adelante sin ver el camino. Pero sabiendo que Jesús la ama y la está mirando con amor… hasta que llegue el día en que, purificada en su ser más íntimo y en todas sus potencias interiores, pueda salir de la tempestad y encontrar su alma tranquila y sosegada. Desde este crudo invierno de la noche del espíritu que puede durar un año o varios años, comenzará la primavera que la llevará en poco tiempo al matrimonio. La palabra de Dios nos dice: Pasó el invierno frío y han cesado las lluvias. Las flores comienzan a brotar en nuestra tierra, llegó el tiempo de la poda, y se oyó la voz de la tórtola, la higuera ya tiene retoños y las viñas despiden aroma. Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven (Cant 2, 11-13). Y san Juan de la cruz dice: En una noche oscura con ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía. ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada. &&&&&&& O como decía Sor Cecilia del Nacimiento: ¡Oh noche cristalina, que juntaste con esa luz hermosa, en unión divina, al esposo y la esposa, haciendo de ambos una misma cosa!
33
Llama de amor viva 1, 20-21.
34
Bélanger Dina, Autobiografia, Ed. Religiosas de Jesús-María, Barcelona 1993, p.133.
35
Ib. p. 159.
36
Ib. p. 189.
Tomado del libro: Experiencias de Dios, del P. Ángel Peña
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