Adrienne von Speyr (1902-1967) dice: Dios en su esencia es Trinidad. Por eso, no puede revelarse, sino en modo trinitario… El Hijo es engendrado en nosotros por el Padre, quien nos da la vida por medio del Espíritu Santo; y nosotros volvemos con el Hijo en el Espíritu Santo al Padre. En el camino del Hijo hacia el Padre, el Hijo nos transforma y el Padre nos acoge como hijos, haciéndonos participar en la misión del Hijo… El amor es la esencia común de las tres divinas personas y es, por eso, amor trinitario. La Trinidad debe manifestarse en toda nuestra vida. Todos somos misioneros de la Trinidad (7).
La mística Lucia Mangano (1896-1846) escribe el 16 de diciembre de 1933: No puedo expresar lo que veo en la visión beatífica, porque ninguna lengua humana puede decirlo. Me parece conocer a Dios en su esencia, uno y trino, con sus atributos y cada atributo distinto del otro… Dios me ha dado la gracia de la visión beatífica y me parece que mi alma está confirmada en gracia, el cuerpo está espiritualizado, porque no siente la inclinación de las pasiones y me parece que el alma participa de alguna manera en la gloria de los santos (8).
Trinidad Sánchez Moreno, fundadora de las Obras de la Iglesia, declara en 1963: Cuando estás en gracia, en todo momento y en toda circunstancia la Trinidad te está besando con un beso amoroso e infinito. En nuestra alma está el amor infinito, besándonos en silencio amoroso… ¡Silencio! ¡Que te besa la divinidad! (9).
Santa Faustina Kowalska escribió en su Diario: Durante la misa, de repente, fui unida a la Santísima Trinidad. Conocí su Majestad y su Grandeza. Estaba unida con las tres personas. Cuando estaba unida a una de estas venerables personas, al mismo tiempo estaba unida a las otras dos personas. La felicidad y el gozo que se comunicaron a mi alma son indescriptibles. Me apena no poder expresar con palabras aquello para lo cual no existen palabras (10).
La beata Isabel de la Trinidad decía: Todo mi ejercicio consiste en entrar en mí misma y perderme en los Tres que allí habitan (11).
Veamos el testimonio de una mística anónima: El Espíritu me introdujo en el misterio del amor trinitario. El intercambio embelesador del dar y recibir se obró también a través de mí: de Cristo, al que estaba unida, al Padre y del Padre al Hijo. Pero ¿cómo expresar lo inefable? No veía nada, pero era mucho más que ver y mis palabras resultan impotentes para traducir este intercambio en el júbilo, que se recibía y daba. Y de aquel intercambio fluía una intensa vida de uno al otro, como la tibia leche que fluye del seno de la madre a la boca del niño. ¡Oh santa y viva Trinidad!
Estuve como fuera de mí dos o tres días y todavía hoy esta experiencia permanece fuertemente grabada en mí (12).
Oh Trinidad infinita, cantamos tu gloria en este día,
porque en Cristo nos has hecho hijos y nuestros corazones son tu morada.
Eterna, sin tiempo, fuente de la vida, que no muere,
a ti retorna la creación en el incesante flujo del amor.
A Ti nuestra alabanza. ¡Oh Trinidad dulcísima y dichosa!,
que siempre manas y siempre refluyes en el mar tranquilo de tu mismo Amor.
Amén.
7
Ib. pp. 367-369. 8 Ib. p. 365; Fontanarosa Generoso, Lucia Mangano, orsolina, 1961, vol II, 15.
9
Frutti di preghiera, Ritagli da un Diario, Roma, 1985.
10
Diario, 23 de mayo de 1937.
11
Isabel de la Trinidad, Scritti, Roma, 1967, Lettera 151.
12
Citado por Cantalamessa Raniero, Contemplando la Trinidad, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2004, p.41
Tomado del libro: Experiencias de Dios, del P. Ángel Peña
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