En la ciudad de Chota (Cajamarca-Perú), un abigeo, ladrón de ganado, que era el terror de la comarca por ser también un matón, fue emboscado por un grupo de campesinos que le pegaron 20 tiros y lo dejaron moribundo. Su mujer lo llevó como pudo al hospital, pero los médicos no pudieron hacer nada por él. Su madre, que era una buena mujer, muy devota de María, corrió a buscar a un sacerdote, temiendo que muriera sin arrepentirse. El sacerdote de la parroquia pensó que, siendo tan gran pecador, era inútil. Pero tanto le insistió su madre que acudió. Al acercarse al moribundo éste le dijo: “Padre, confiéseme, quiero cambiar de vida”. Se confesó, se arrepintió y murió como un santo.
Y ahora podemos preguntarnos: ¿Cuánto habría orado su buena madre por él? Si no hubiera tenido tan buena madre ¿se hubiera salvado? Las oraciones de una madre nunca pueden se desoídas por Dios. Y las ORACIONES DE SU PROPIA MADRE MARIA ¿podrán ser desoídas? Por eso, podemos decir sin temor a equivocarnos: “Un fiel devoto de María nunca será defraudado en su esperanza de salvación”.
Y así como los niños gritan en los peligros espontáneamente, así nosotros debemos invocar a María en los momentos difíciles de nuestra existencia y Ella acudirá a socorrernos.
San Juan Bosco decía: “Repasad las páginas de la tradición cristiana, interrogad las historias del cristianismo en todos los reinos y países del universo y por doquiera encontraréis a María, viniendo en socorro de sus afligidos hijos”. La devoción a María es signo de predestinación. Que Ella sea tu guía y la estrella que te conduzca hasta Dios. Que sea para ti la Madre amorosa que te consuela y te lleva de la mano hacia JESÚS
Tomado del libro: Comunión de los santos, del P. Ángel Peña
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