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¨Camino¨

martes, 7 de abril de 2015

El hombre solitario


Había una vez un hombre, que vivía triste y solitario en una cabaña muy pobre. Tenía tierras inmensas de su propiedad, pero solamente vivía al día de la pesca y de la caza. Un día perdió su red y su escopeta y, como no podía pescar ni cazar, apenas si podía sobrevivir por algunos días. Entonces tomó una importante decisión para el resto de su vida. Decidió salir de su soledad, de sus tierras, donde siempre había vivido solo, e ir a buscar ayuda a la gran ciudad, a la capital del Reino. Allí se fue a buscar al Rey para contratar un ayudante para cultivar sus tierras. El Rey le concedió, no un obrero cualquiera, sino a uno de sus mejores empleados, un joven inteligente, bueno y preparado, y no sólo por unos días, sino para el resto de su vida.

Este joven le enseñó a criar peces en los estanques propios, le enseñó la cría de animales domésticos y el cultivo de la tierra. Con su ayuda construyeron una casa mejor y empezaron a prosperar. Ya tenían la vida asegurada y demasiada comida para ellos solos en frutos de la tierra, animales y peces. Entonces decidieron ir a buscar gente pobre para compartir con ellos tantos bienes que poseían. El joven salió a los caminos y ciudades vecinas y llamó a todos los que encontró para que fueran a recibir alimentos. Muchos pobres fueron, recibieron ayuda y se fueron, pero otros quisieron quedarse para siempre y construyeron sus casitas a su lado y empezó así a surgir una gran ciudad. Todos se constituyeron en siervos y empleados del hombre rico, al que construyeron un magnífico palacio y al que cultivaban sus tierras y cuidaban sus animales.

Y aquel hombre, antes triste, huraño y solitario, ahora era inmensamente feliz de poder ayudar a tanta gente pobre, a quienes consideraba como hermanos y amigos. Cuando murió su fama se extendía hasta los confines del mundo y de todas partes vinieron a honrar su memoria. En su tumba colocaron esta inscripción: “Aquí yace un hombre que supo vivir y ser feliz, porque supo recibir ayuda y ayudar a los demás”.

Esta es la parábola. El hombre solitario y triste puedes ser tú, aunque tengas inmensas cualidades recibidas de Dios. El joven bueno e inteligente que te ayuda es tu ángel custodio. Él te va a dirigir por el camino del bien y te va a enseñar a hace fructificar las cualidades que has recibido. Él te va a enseñar a compartir tus riquezas materiales y, sobre todo, espirituales con tantos hermanos necesitados de la tierra y del purgatorio. Los que reciben ayuda y se van son los egoístas y desagradecidos que no quieren prosperar. Los buenos se quedan y prosperan a la sombra de este hombre, que llega a ser santo y tiene infinidad de hijos espirituales (sus siervos y siervas, que se quedan a ayudarlo). Su fama al morir se extiende hasta los últimos confines del mundo, pues de todas partes lo invocarán y le pedirán ayuda después de su muerte. ¡Aprende a dejarte ayudar de tu ángel custodio y de tus hermanos mayores del cielo para llegar a la santidad!

Tomado del libro: Comunión de los Santos, de Ángel Peña

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