Vive tu vida con alegría. La vida es un don maravilloso. Fuimos creados para el gozo y la alegría de vivir con Dios, pero el pecado trastornó los planes divinos y desde entonces la vida es una lucha constante, una prueba, una gran batalla. Para ganarla debemos obedecer a Dios, que, como buen Padre, sabe mejor que nosotros los que nos conviene. Debemos amarlo con todo el corazón y seguir sus mandamientos.
No olvidemos que sólo se vive una sola vez. Por eso, debemos aprovechar bien el tiempo de vida que Dios nos dé. Vivamos de cara a la eternidad que nos espera. Demos más importancia al alma que al cuerpo, a las cosas espirituales que a las materiales. Si empleáramos tanto tiempo en el cuidado del alma como el que empleamos en el cuidado del cuerpo, qué bien nos iría. Pero, con frecuencia, nos olvidamos de Dios y de las cosas espirituales y vivimos abocados totalmente al cuerpo y a las cosas de este mundo. Perdemos de vista la perspectiva del más allá y olvidamos que esta vida es pasajera. No queremos darnos cuenta de la gran realidad de la muerte, que puede venir en cualquier momento.
Por ello, debemos vivir conscientes, con la mirada en alto, siempre preparados, sin olvidar que la vida es demasiado frágil y que puede romperse en cualquier momento. Aprovechemos cada minuto de sesenta segundos que nos lleven al cielo. Como decía el fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Este mundo se nos va de la mano, no podemos perder el tiempo, hay que administrarlo bien, con sentido de la responsabilidad. Pero no debemos desear morir antes de tiempo. Debemos desear vivir hasta haber cumplido fielmente nuestra misión. Hemos de desear vivir para trabajar por nuestro Señor, para hacer el bien a los hermanos”.
Vivir es recibir con ilusión la luz de cada día, es tener a Dios como compañero de camino, sin olvidar a nuestros hermanos santos y ángeles. Vivir es enfrentarse sin temor al día de mañana, es comer con gozo el pan ganado con el sudor de cada día. Vivir es abandonarse plenamente en los brazos de Dios y confiar en Él, pase lo que pase. Es tener paz en la conciencia y poder dormir sin sobresaltos ni temores cuando llega la noche. En una palabra, vivir es amar y tener la vida de Dios en nuestro corazón. Por eso, la vida se desarrolla y se enriquece cuando aumenta el número de instantes que están llenos de amor. El
que desprecia un instante no llegará jamás a la plenitud de la vida. Sepamos, pues, decir ¡Sí! a Dios en cada instante. Vivamos el presente en plenitud y responsabilidad.
Si lees, lee plenamente; si comes, hazlo como quien experimenta un regalo con agradecimiento; si hablas con alguien, dedícate a escucharlo. Hazlo así en todas las cosas, en el trabajo, en el sueño, en el tiempo libre, en la oración. Y así en medio de la vida, encontrarás el camino hacia lo profundo de ti mismo y encontrarás a Dios y serás feliz. Como decía San Agustín: “Dios es más íntimo que lo más íntimo de ti mismo y más superior que lo más supremo de ti mismo”.
Te recomiendo que no seas mediocre, que aspires siempre a las alturas, que des sentido a cada momento de tu vida, haciéndolo todo por amor a Dios. No importa lo que seas ni lo que hagas, hazlo todo con amor y por amor, porque Dios no mira tanto lo que hacemos cuanto el amor con que lo hacemos. Haz bien lo que haces y no olvides la eternidad. Se nos dice en el Eclesiástico: “Acuérdate de tus postrimerías y nunca jamás pecarás”. Acuérdate de que después de la muerte hay un juicio y después viene una eternidad feliz o infeliz. Toma tu vida con ambas manos y ofrécesela a Dios con amor, y confía en Él sin temor.
Para meditar en la fugacidad de la vida, puedes visitar un cementerio y pensar en los que fueron y ya no son. Puedes imaginarte que tienes cáncer y sólo te quedan dos meses de vida o que te vas a quedar ciego o paralítico. ¿Qué harías? ¿Cómo vivirías el tiempo que te queda de vida? Imagina tu muerte y tu funeral. Dentro de cien años, ¿dónde estarás? Medita y ora y no temas. Dios está a tu lado y te ama y te quiere hacer feliz por toda la eternidad. Ponte en sus manos como un niño y confíale tus problemas, tus pecados y tus necesidades. Sonríe, DIOS TE AMA. Y trata de vivir con alegría y cumplir fielmente la misión que te ha encomendado. Como decía el Cardenal Newman: “Dios me ha confiado un trabajo que no ha encomendado a ningún otro. Tengo una misión en la vida. De algún modo, yo soy necesario para su propósito y no puedo defraudarlo”. Para conseguirlo debes orar mucho.
Padre Ángel Peña, Comunión de los Santos
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