Sta. Teresita del Niño Jesús es la Maestra de la infancia Espiritual, que consiste en hacernos niños para llegar más fácilmente a Dios. Sentirnos como hijos pequeñitos que no pueden nada ni valen nada, pero que se dejan amar y solamente saben dar pequeños besitos a su padres. Los padres no exigen grandes cosas a sus hijos pequeños ni los castigan con excesivo rigor. Saben que son niños y los quieren como tales y son felices de tenerlos así. Pues bien, hagámonos como Sta. Teresita, los niños de Dios, no nos preocupe demasiado el hacer grandes ayunos o penitencias, los niños no pueden hacerlas. Sta. Teresita buscaba un camino corto para ir al cielo, buscaba un ascensor para subir sin mucho esfuerzo y lo encontró en los brazos de Jesús. ¡Ojalá que sepamos vivir siempre como niños en los brazos de María y de nuestro Papá-Dios! Por ello nos dice: “Oh, si todas las almas débiles e imperfectas como la mía sintieran lo que yo siento, ninguna desesperaría de llegar a la cumbre de la montaña del amor, puesto que Jesús no pide acciones extraordinarias, se contenta con que le demostremos confianza y gratitud... De tal manera comprendo que sólo el amor es capaz de hacernos agradables a Dios, que es lo único que ambiciono... Soy como un pobre pajarillo cubierto solo de ligero plumón, no soy un águila, únicamente poseo sus ojos y el corazón. Quisiera imitar a las águilas, pero sólo sé agitar mis alitas y no puedo volar. Pero soy feliz de verme así pequeña y débil, mi corazón goza de dulce paz... Quisiera ser el juguetito de Jesús... quisiera divertir al Niño Jesús y entregarme a sus caprichos infantiles... Oh, Jesús mío, os amo... mi vocación es el AMOR. Sí, hallé el lugar que me corresponde en el seno de la Iglesia. En el corazón de mi Madre, la Iglesia, yo seré el AMOR. Así se realizarán todos mis sueños... no soy más que una niña débil e impotente, mas esta misma debilidad me comunica la audacia de ofrecerme como víctima de vuestro amor... Quisiera ser misionera, no solo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos...”
Como vemos el caminito de Sta. Teresita es el camino de la infancia, el camino de la confianza y abandono total en Dios, sin reservas ni condiciones. Ahora bien, por el hecho de sentirnos pequeños debemos sentir también la necesidad de pedir ayuda a nuestros hermanos mayores, los santos y ángeles e incluso a las Almas del Purgatorio. Dejarnos llevar de la mano de estros hermanos mayores nos reportará infinidad de gracias y beneficios espirituales.
Yo me imagino a un niño, que es incapaz de caminar por largos y difíciles caminos y mucho menos de exponerse a peligros insospechados o a los animales salvajes. Un niño que es incapaz de soportar el frío, el calor, el hambre, la sed. Pero un niño que debe hacer un largo camino hacia el cielo y para ello se hace acompañar de hermanos mayores, que lo pueden llevar en brazos cuando se canse, que se preocuparán de que no le falte el agua o la comida a su tiempo y que lo defenderán de todos los peligros. ¿Qué diríamos de este niño inteligente, que sabe aprovecharse de la ayuda de sus hermanos? Y ¿qué diríamos de otro que, por soberbia o por ignorancia, no quiere recibir ayuda y él solo quiere hacer todo el trayecto, exponiéndose a tantos peligros y a tantas dificultades? Sin duda alguna, el primero llegará más rápido y seguro, no por sus propios méritos, sino por los méritos y ayuda de sus hermanos.
De ahí que Sta. Teresita para ir al cielo descubrió el gran ascensor de los brazos de Jesús. Podía estar cansada o caminar en la oscuridad y entre peligros, en los brazos de Jesús estaba segura y caminaría más aprisa y llegaría con seguridad a la meta. Dejémonos también nosotros ayudar por los santos y ángeles y pongámonos confiados en los brazos de Jesús y de María nuestra Madre.
Sta. Teresita nos cuenta en su Autobiografía cómo recibió ayuda en sueños de la Venerable Madre Sor Ana de Jesús y afirma: “Después de acariciarme con más amor del que jamás puso en acariciar a su hijo la más tierna de las madres, la vi alejarse... Mi corazón estaba henchido de gozo... y yo creía, estaba segura de que existía un cielo y de que este cielo está poblado de almas que me quieren y que me miran como a una hija suya”.
Allí en el cielo, tendremos la gran alegría de conocer y amar no sólo a nuestros contemporáneos, sino a todos los hombres salvados de todos los tiempos y conocer sus vidas y con ello dar gloria a Dios. Allí no habrá barreras, como aquí, de lenguas, razas o religiones. Allí todos nos hablaremos con el gran lenguaje del amor. Allí todos nos sentiremos hermanos. Allí no habrá ancianos, niños o jóvenes. Todos seremos iguales ante Dios con la única diferencia del grado de amor. Pero todos amaremos conforme a nuestra capacidad y seremos inmensamente felices por toda la eternidad. Y nadie será capaz de quitarnos nuestra gloria.
Que el cielo sea la meta de nuestros deseos y aspiraciones. Vivamos en plenitud estas dos grandes y hermosas realidades de la infancia espiritual y la Comunión de los santos para que disfrutemos de la gran alegría de sentirnos miembros de la gran familia de Dios. Y un día escuchemos a Jesús que nos dice: “Venid, benditos de mi Padre a gozar del Reino eterno que os he preparado desde la creación del mundo”. ¡Seamos Santos!
Tomado del libro: Comunión de los santos, del P. Ángel Peña
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