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¨Camino¨

jueves, 9 de abril de 2015

Presencia de los santos


Los santos no viven aislados en su mundo celestial, sino que nos aman, nos ayudan y se preocupan de nosotros. Según los Anales de la Propagación de la Fe, desde 1898 se anotan muchos casos palpables de la intercesión de Sta. Teresita del Niño Jesús en países de Misión. El P. Roulland (su hermano espiritual) decía: “Yo puedo atestiguar que en nuestras misiones del Japón, de la China y de las Indias no sólo está muy extendida la confianza en la santidad y en el poder intercesor de Sta. Teresita, sino también que ella ejerce una influencia admirable en la conversión de las almas y en su adelanto en la virtud. Particularmente en el Japón hay muchas religiosas trapenses que dicen deben su vocación a la acción de Sor Teresita, cuya vida han leído”.

También en África se ha dejado sentir su presencia. Uno de los Padres Blancos escribía en Diciembre de 1910: “En casi todas las chozas de nuestros cristianos hemos colocado imágenes de la joven santa... Pues bien, los paganos vienen al catecismo en masas compactas de forma tal que el domingo el patio de esta misión rebosa de gente”. En la primera guerra mundial se hizo con frecuencia presente visiblemente entre los soldados franceses, que la invocaban en medio del peligro, de modo que la llegaron a llamar la “hermanita de las trincheras”. Uno de ellos afirma: “Se manifiesta siempre blanca, luminosa, sonriente lo mismo a los encantadores ojos de inocentes niños que a los viejos soldados corrompidos, que quieren lavarse con sus lágrimas. Ella deja, en habitaciones del todo cerradas, rosas maravillosas y se siente un perfume misterioso, indeciblemente dulce”. Fueron incontables las balas detenidas por una reliquia, medalla, estampa o folleto de Teresita. Muchos de estos escudos milagrosos se encuentran actualmente en el Carmelo de Lisieux y en ellos puede verse la señal del proyectil desviado o aplastado. Y esto no sólo para los franceses, sino
también para algunos católicos del ejército alemán, que le invocaron con fe. Un prisionero alemán estaba moribundo y cuenta cómo se le apareció durante la noche y lo curó milagrosamente. El P. Bourjade, héroe de la aviación francesa y después Misionero del Sagrado Corazón, tenía el retrato de Sta. Teresita en las alas de su avión y atestigua haber sido salvado de una muerte segura en más de 10 ocasiones. Sobre éstos y otros casos puede consultarse el libro “Santa Teresa del Niño Jesús” (según los documentos oficiales del Carmelo de Lisieux) de Mons. Laveille.

Esto mismo podríamos decir de todos los santos, que nos ayudan en la medida en que los invocamos. Es conocido y famoso el caso de la sangre de San Jenaro en Nápoles y de San Pantaleón en Madrid, que desde el año 305 en que murieron los mártires, la sangre se licúa cada año el día de su fiesta. Como si quisieran decirnos con este milagro inexplicable que están vivos y se hacen presentes entre nosotros para ayudarnos. La beata Ana Catalina Emmerick nos cuenta entre otras muchas cosas la visión de San Ignacio de Loyola y dice: “Me consoló mucho y me prometió que sería mi amigo, que me ayudaría en mis trabajos y me aliviaría en mis enfermedades”.

¿Y qué podríamos decir de tantas bendiciones recibidas por los devotos ante la tumba de los santos o a través de sus reliquias? ¿Cuántos milagros y conversiones conseguidos por su intercesión? Ya desde Tertuliano se afirmaba que la sangre de los mártires era semilla de nuevos cristianos. Con frecuencia se da el caso de la conversión o acercamiento a Dios de familias enteras a la muerte de la madre.. Una buena madre es una bendición no sólo en esta vida, sino también después de su muerte. Un obispo me habló en una ocasión de la devoción que tenía a su madre difunta y cómo la invocaba en todos sus problemas y la ayuda que recibía de ella. Y esto lo puedo asegurar por experiencia personal.

Como vemos, los santos son felices y se acercan como amigos para ayudarnos y compartir con nosotros su felicidad.

Tomado del libro: Comunión de los Santos, del P. Ángel Peña

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