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¨Camino¨

lunes, 25 de mayo de 2015

El cielo


El cielo es la comunión de vida y amor con la Santísima Trinidad, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados (Cat 1024). El cielo es la felicidad colmada, la plenitud del amor. San Agustín dice que allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos: éste será el fin que no tiene fin (25). Será una felicidad tan plena que san Pablo dice: Sé de un hombre, si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede expresar (2 Co 12, 3-4). ¡Imagínate vivir toda una eternidad en el reino del amor, hablando con los ángeles y santos, estando sumergido para siempre en el océano de la vida, de luz y de amor que es Dios! ¡Qué maravilla y qué felicidad! Por eso, vale la pena cualquier esfuerzo para conseguirlo, y para tener un sitio de preferencia, es decir, para ser de los más santos y más felices. Ya que en el cielo no todos serán igualmente felices. Nuestro cielo será tan grande como la medida de nuestro amor. De ahí la necesidad de esforzarnos más y más cada día y aprovechar al máximo esta vida para ir creciendo en el amor. Después de este mundo que pasa, cuando las sombras de la tierra se hayan desvanecido, tu vida transcurrirá ante la faz de la Trinidad en incesante alabanza de gloria a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sueña con ese cielo hermoso, que, aunque te imagines las cosas más hermosas, siempre te quedarás corto.

En una ocasión, santa Angela de Foligno trataba de explicar a su confesor fray Arnaldo que comprendiera la imposibilidad de explicarle sus experiencias místicas, pues decía que cuanto más conocía a Dios menos podía hablar de Él. El confesor la estimulaba a explicarse mejor y ella le dijo: Padre, si viese lo que yo veo y luego tuviera que subir al púlpito a predicar, le digo lo que haría. Se detendría un momento, luego, mirando a la gente diría: Hermanos, id con la bendición de Dios, porque de Dios hoy no sé deciros nada y bajaría del púlpito en silencio (26). Hay una leyenda, narrada por un escritor alemán moderno. En un monasterio, vivían dos monjes entre los que existía una profunda amistad. Uno se llamaba Rufus y el otro Rufinus. En todas sus horas libres no hacían sino tratar de imaginar y describir cómo sería el cielo. Rufus, que era maestro de obras, se lo imaginaba como una ciudad con puertas de oro, cuajada de piedras preciosas. Rufinus, que era organista, lo soñaba resonando con melodías celestes.

Al final, llegaron a un acuerdo: el primero que muriese de ellos, volvería la noche siguiente para asegurar al amigo que las cosas sucedían como habían imaginado.


La contraseña consistiría solamente en una palabra. Si pasaba como habían pensado, diría simplemente: taliter, es decir, así es. Si fuese de otro modo, diría: aliter, es decir, diferente. Una tarde, mientras estaba al órgano, el corazón de Rufinus se detuvo. El amigo veló tembloroso toda la noche, pero no pasó nada. Esperó con vigilias y ayunos semanas y meses, pero no pasó nada. Finalmente, en el aniversario de la muerte de Rufinus, de noche, en un halo de luz, entra en su celda el amigo. Viendo que callaba, le pregunto: ¿Taliter? ¿Así es? Pero el amigo sacudió la cabeza en ademán negativo. Desesperado, gritó entonces: ¿Aliter? ¿Es diferente? De nuevo, el signo negativo de cabeza.

Y, finalmente de los labios cerrados del amigo brotaron como un soplo dos palabras: totaliter aliter, es decir, totalmente diferente. Rufus comprendió en un abrir y cerrar de ojos que el cielo es infinitamente más de lo que habían imaginado, que es algo indescriptible; y, al poco tiempo, murió también él por el deseo de experimentarlo (27). Ciertamente, el cielo es algo imposible de imaginar. Por eso, san Pablo que tuvo una experiencia celestial dice: Ni el ojo vio ni el oído oyó ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor 2, 9). Te deseo que seas feliz eternamente con Dios en el cielo por toda la eternidad. Amén.

25 
De civ Dei 22, 30, 5. 
26 
Il libro della beata Angela de Foligno, Grottaferrata, 1985, pp. 322-324.
27 
Cantalamessa Raniero, o.c., pp. 137-138.

Tomado del libro: Experiencias de Dios, del P. Ángel Peña

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