Otro tema que suele sacarse a relucir contra la Iglesia es el de los judíos. Después de la revolución francesa, muchos judíos se hicieron riquísimos al comprar a precios módicos las riquezas robadas a la Iglesia. Cien años después de la revolución francesa, el Estado francés calculaba que la familia de banqueros Rothschild poseía cuatro mil millones de francos. Y los 80.000 judíos franceses poseían unos 90 mil millones de francos en conjunto. Muchos judíos habían seguido a los ejércitos de Napoleón para comprar a los soldados las riquezas que saqueaban a los vencidos. Así se enriquecían.
En un principio, Napoleón quiso ganarse la estima de los judíos y se propuso resucitar el gran Sanedrín, que no se reunía desde la destrucción del templo de Jerusalén el año 70. A su invitación, acudieron 71 rabinos y laicos el 31 de enero de l807 a la iglesia desconsagrada de san Juan de París. El 5 de febrero tomó la palabra el rabino de Niza, Jacob Avigdor, uno de los delegados de mayor prestigio, y según afirma el historiador francés Francois Piétri: En su alocución dio gracias a la Iglesia católica por la protección que nunca ha cesado para con los judíos perseguidos. Y enumeró una larga lista de Padres y Papas que han tratado con humanidad y han hospedado a los israelitas expulsados y atormentados por el poder civil de casi todos los Estados de Europa. Y recordó que el único lugar donde el pueblo elegido nunca fue expulsado fue de los Estados Pontificios. Al final de su discurso, exhortó a todos a dar una voz de gratitud a la Iglesia de Roma por los beneficios recibidos del clero católico hacia los judíos. La moción fue votada y fue aprobada por unanimidad.
Y recordemos que este homenaje fue una iniciativa libre y espontanea que hasta sorprendió a Napoleón que estaba en ese momento en Berlín (27). Se ha hablado mucho de la responsabilidad del Papa Pío XII en la segunda guerra mundial. Algunos le han achacado hasta de ser favorable al nazismo, cosa totalmente absurda, pero sí le han echado en cara no haber hablado claro contra las masacres realizadas por los nazis contra de judíos, como si él fuera responsable de su muerte en gran parte. Pero veamos lo que dice el famoso historiador Renato Moro: Entre el otoño de 1939 y la primavera de 1940, el Papa en persona aceptó hacer de intermediario entre los ingleses y los militares alemanes que conspiraban contra el nazismo. Un grupo de generales estaba proyectando un golpe de Estado para deponer a Hitler.
Los conspiradores querían el retorno de Alemania a una democracia moderada y conservadora. Sin embargo, antes de actuar necesitaban la garantía inglesa de que las democracias occidentales no intentarían imponer a Alemania una paz wilsoniana (a toda costa). El Papa tendría que proporcionar estas garantías. Para el Papa se trataba de algo sumamente arriesgado, pues podía verse implicado en una conspiración que podía poner en grave peligro la vida católica en Alemania, Austria, Polonia, e incluso en Italia. Se trataba de un hecho desconcertante en la historia del Papado. El Papa fue consciente de ello y aceptó decidiendo mantener al margen a los responsables oficiales de la política de la Santa Sede, es decir, la Secretaría de Estado... Pero, poco a poco, la iniciativa diplomática se desinfló, convirtiéndose en una desilusión para Pio XII (28). El 20 de julio de 1942, una carta pastoral de los obispos de Holanda fue leída en todas las iglesias, donde se condenaba el despiadado e injusto trato reservado a los judíos. La respuesta de los nazis fue contundente: deportación de todos los católicos hebreos. Unos 40.000 fueron llevados a los campos de exterminio. Este hecho le hizo ser cauto al Papa, pues esa protesta de los obispos había costado la vida a 40.000 personas. Si él denunciaba abiertamente al régimen nazi, podían morir muchos más. Alguien le ha achacado al Papa Pío XII falta de valentía por su supuesto silencio, pero ¿acaso el Papa tenía conocimiento sobre el exterminio judío en toda su magnitud? De hecho, los países aliados, si lo sabían, no hablaron de ello, quizás por miedo a aceptar a miles de refugiados judíos en sus propios países.
En 1940 el Congreso norteamericano había rechazado abrir a los judíos prófugos de Alemania las puertas de Alaska, y en 1941 rechazó la mediación sueca pare acoger 20.000 niños judíos de Europa. Los americanos reenviaron a Europa un barco, el Saint Louis, con 930 prófugos judíos. En Inglaterra, los 30.000 judíos alemanes inmigrados en 1939, fueron internados como enemigos extranjeros y la Cámara rechazó la propuesta del arzobispo de Canterbury de acogerlos. Sólo recibieron unos pocos, de acuerdo a sus rígidas cuotas (29). Muchos historiadores parecen haber olvidado que en 1943 fue publicada por los jefes aliados (Churchill, Roosevelt, Stalin) la llamada Declaración de Moscú sobre los crímenes nazis y entre los crímenes denunciados no se habla y ni siquiera se alude a la persecución contra los judíos. La Cruz Roja internacional y países neutrales como Suecia y Suiza tampoco hablaron… ¿Acaso si el Papa hubiera condenado más enérgicamente los atropellos nazis de haberlos conocido, los hubieran dejado de realizar?
El secretario del Papa, Robert Leiber, manifestó claramente después de la guerra que Pío XII no conocía la realidad de los hechos con relación al Holocausto y que no era cierto que poseyera material informativo absolutamente fiable y cuya fiabilidad considerase personalmente incontestable (30). El Papa no permaneció impasible ante el drama de los judíos perseguidos. Cuando los alemanes entraron en Roma el 10 de setiembre de 1943, exigieron al rabino Eugenio Zolli (después convertido a la fe católica) que entregara 50 kilos de oro. Reunieron 35 y el Papa les garantizó los otros 15 que faltaban y que después no fueron necesarios. Además, dio orden de que en todos los conventos se recibieran judíos para evitar su arresto. Sólo en Roma, en 155 conventos, dieron asilo a cerca de 50.000 judíos. Unos 30.000 encontraron refugio en la residencia veraniega papal de Castelgandolfo. Y varios centenares vivieron en el mismo Vaticano. En total 85.000 judíos italianos fueron salvados por la acción directa de la Iglesia católica.
Según el judío Pinchas Lapide, que entrevistó a judíos sobrevivientes, en su libro Three popes and the jews afirma que Pío XII contribuyó sustancialmente a salvar 700.000 judíos, y tal vez 860.000, de manos de los nazis. Y afirma: La Iglesia católica salvó más judíos durante la guerra que todas las demás iglesias, instituciones religiosas u organizaciones juntas. Esto en contraste con lo conseguido por la Cruz Roja o las democracias occidentales (31).
Después de la guerra, León Kubowitzky, secretario general del Congreso judío mundial, agradeció personalmente al Papa sus intervenciones y donó 20.000 dólares al Óbolo de san Pedro como signo de reconocimiento por la obra desarrollada por la Santa Sede, salvando a los judíos de las persecuciones fascistas y nazis. El más ilustre de los judíos, el famoso físico Albert Einstein, escribió en Time Magazine del 23 de setiembre de 1940: Las universidades como los periódicos fueron reducidos al silencio en pocas semanas. Sólo la Iglesia católica permaneció sólidamente firme e hizo frente a la campaña de Hitler que suprimía la verdad. Yo no he tenido ningún interés en la Iglesia, pero ahora tengo un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido el coraje y la constancia de defender la verdad intelectual y la verdad moral. Yo debo confesar que lo que alguna vez he despreciado, ahora lo debo elogiar sin reservas.
De hecho, al final de la guerra, los sobrevivientes y los primeros historiadores celebraron con unanimidad la solidaridad de la Iglesia y de Pío XII con los judíos y su resistencia al nazismo (32). En abril de 1986, el Papa Juan Pablo II entró en la sinagoga de Roma, siendo recibido por el rabino Elio Toaff quién dijo en una entrevista al diario La República: No podré olvidar nunca quién me salvo la vida, cuando era rabino de Ancona. Habitaba a cien metros de la iglesia católica, donde había un sacerdote, Don Bernardino, con el cual hice amistad. A veces, conversábamos y paseábamos juntos. Una mañana, mientras volvía a mi casa del templo, fue a mi encuentro y me dijo que en la casa me estaban esperando los alemanes y me llevó a la sacristía, donde me escondió, ayudándome a salvarme. El mismo Toaff, en su libro Los hebreos salvados por Pío XII, habla de otro sacerdote, Don Francalacci, que escondió y salvó a sus padres, a su esposa e hijos, que se habían refugiado en Pietrasanta. Toda su familia fue salvada por sacerdotes. Por eso, cuando murió el Papa Pío XII, escribió en los diarios italianos el 11 de octubre de 1958: Más que cualquier otro, nosotros los hebreos italianos hemos tenido la suerte de beneficiarnos con la gran caridad y bondad del Pontífice durante los años de la persecución y del terror, cuando parecía que no había esperanza para nosotros.
El 28 de abril de 1964, cuando algunos comenzaron a criticar a Pío XII, el mismo Toaff declaró: La Comunidad israelita de Roma donde está siempre viva la gratitud por lo que la Santa Sede ha hecho a favor de los hebreos romanos, nos ha autorizado para decir, de modo explícito, que cuanto ha sido realizado por el clero, por los Institutos religiosos y las asociaciones católicas para proteger a los perseguidos no puede haber sucedido sino con la aprobación del mismo Pío XII (33).
27
Messori Vittorio, Emporio Cattolico, Ed. Sugarco, Milano, 2006, p. 114.
28
Moro Renato, La Iglesia y el exterminio de los judíos, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2004, p. 134.
29
Messori Vittorio, Uomini, storia e fede, Ed. SB saggi, Milano, 2001, p. 231.
30
Moro Renato, o.c., p. 151.
31
Frederik W. Marks, A brief for belief, Ed. Queenship, Golea, California, 1999, p. 69.
32
Moro Renato, o.c., p.36.
33
Messori Vittorio, Emporio cattolico, o.c., pp. 48-50.
Tomado del libro: El coraje de ser católico, del Padre Ángel Peña
Para más información lea:
https://apologia21.wordpress.com/2013/02/20/pio-xii-el-papa-de-hitler-santo-o-demonio/
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